Esta mañana he sufrido un gravísimo ataque de pereza. No había manera de levantarme de la cama, pero sin embargo ya no me quedaban ganas de dormir. Y como anoche me quedé a nada de terminar un libro que, por cierto, me ha parecido magnífico, pues me he dedicado a leer en la cama escuchando las últimas gotas de lluvia de un chaparrón pasajero, estirando las piernas y moviendo los deditos de los pies. Por fuerza ser millonario ha de parecerse a esto.

Quizá sea lo único bueno que nos ha traído el confinamiento: la felicidad de poder leer largo y tendido. De hecho, esta tarde, a las ocho, dirigiré mis aplausos mentalmente hacia todos aquellos que, por los motivos que sean, no son capaces de disfrutar con un buen libro. Lo siento mucho por ellos, y lo digo de corazón: los compadezco.

Y como supongo que os habréis quedado intrigados con qué libro era ese, pues ya os lo digo: se trata de El turista desnudo, de Lawrence Osborne y editado por Gatopardo Ediciones.

El propio escritor “de viajes”, a quien llegas a aborrecer por ser tan relamido, tan petimetre y tan inglés, emprende un recorrido a través de esos destinos que a todos los simples viajeros de clase turista nos parecen tan exóticos, todo en una misma ruta que acabará en las selvas de Papúa Nueva Guinea, consideradas último destino puro de nuestro globo terráqueo.

Que nadie se amilane ante este libro porque no se trate de una novela. Es posible que el arranque del libro, con tanta cita, datos y erudición pueda desanimar a lectores no habituados al género: libros de viajes, pero la recompensa es magnífica. Sobre todo si te gusta viajar y has podido hacerlo.

 

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